Pensaba en la
familia. La consanguínea, y la ampliada, aquella por afinidad, que
uno va construyendo a lo largo de la vida. Amigos y amigas. Colegas.
Gente afín. Veía los rostros, uno por uno, y sentía lo que cada
una de estas personas queridas me transmite. Un color, un sonido, un
sentimiento. Una sinfonía de amor y amistad. Me emociona decirlo,
porque durante mucho tiempo, me sentí como una especie de paria, un
desterrado. Sin raíces. Lo contrario de lo que me ocurre hoy. Y
ahora que veo esta red, este tejido, esta costura que se extiende ya
por varios países de América Latina y Europa, puedo decir, con toda
simplicidad, que siento estar o estar llegando a un lugar que quise
siempre. Veo estos rostros queridos que forman como un nido, una casa
inmensa. Cada persona tan singular, cada una tan a su modo, como yo
también, a mi modo o a mis modos. Y todo este tejido inmenso, me
acoge y me anida. Domingo. Estamos juntos, una vez más, y para
siempre.
Foto: Ficus, no pátio do CEFOR de João Pessoa, Paraíba.
Nenhum comentário:
Postar um comentário