segunda-feira, 12 de março de 2018

Creciendo


Siempre admiré y sigo admirando a quienes se dejan en sus escritos. Aquellas personas que escriben y son lo que escriben. No son meros usuarios de la palabra. He tenido la suerte de encontrar varios de estos escritores. Mi madre Gita, mi padre Omar, mi tío Ramón P. Muñoz Soler, mi abuelo Juan. Anaïs Nin, Cecilia Meirelles, Cora Coralina, Graciela Maturo, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Machado de Assis, Graciliano Ramos, José Comblin, Adalberto Barreto. ¿Qué sucede cuando leo a quien se pone en palabras? Me leo allí. Amplificado. Enriquecido. Reflejado y multiplicado. Enraizado. Creo que quien consigue ser lo que escribe, realiza el sueño de todo artista: ser su propia obra de arte. Ser su creación. Eternizarse. No es poca cosa. La vida no puede ser falseada, fingida. Sólo puede ser auténtica. Y sólo puedo ser auténticamente yo, si me hago yo mismo. Yo no sé como le podrán sonar estas palabras a quien pueda estar leyendo esto. A veces es una sutil diferencia. Algo apenas perceptible. Entre el ser auténtico y la copia falsificada. Pero la diferencia es todo lo que importa. Estos días pasados fui notando que había algo nuevo en el aire. Mi mente no conseguía precisar exatamente qué era. Pero lo intuía con claridad. Ahora sé.

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