El golpe de estado de 2016 rompió al mismo tiempo, varios
pilares de la convivencia: la presidencia de la república, la constitución
federal, la justicia, la comunicación, el respeto a las diferencias, los derechos
humanos, sociales y laborales. La diferencia se transformó en divergencia, y la
tolerancia se disolvió casi por completo. La sociedad fue rota implacablemente,
exacerbando los odios, las hostilidades entre los segmentos. La noción de país, por encima de las clases socielas y de los
privilegios, se desvaneció. Prevalecieron el corporativismo, el clasismo, la
ambición desmedida de los más poderosos, la impunidad, el partidismo. No creo
que esto vaya a disolverse como por arte de magia, de un día para otro. Tampoco creo en salvacionismos que nos eximan
de la obligación de asumir que la tarea de reconstruír al Brasil, va a necesitar
de cada uno de nosotros. No creo en ningún cambio positivo y constructivo que
no comience con una mirada interior honesta, sincera, valiente y creativa. Valorizar
más la realidad personal y familiar, comunitaria, como espacios de descubrimiento,
expansión y liberación. Darnos las manos, apoyarnos mutuamente, hacer juntos,
para generar vida nueva a cada instante. Así podremos abrir espacios de resistencia
y sobrevivencia. Hasta que nazca el sol nuevamente. Para que vuelva la luz.
Constantemente.
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