domingo, 28 de dezembro de 2014

Escribiendo

Una tarde como ésta uno puede estar sin mucho que hacer, o sin nada que hacer, para ser bien claro y directo. Y de pronto la página surge como una posibilidad. Un lugar donde uno puede estar. Entonces atiendo ese llamado. Y al hacerlo, al ir viendo las letras bajando a la hoja, es como si uno mismo se fuera reuniendo. Uno se va reencontrando, de toda la dispersión que a veces nos asola. Viene una sensación de unidad. Y esta sensación es muy placentera. El ayer y el hoy se unifican. Entonces no importa cuántos años tengas desde el lado de afuera. Por dentro no tenés edad.

Sos ese mismo niño, esa misma niña, ese mismo pedazo de universo sin tiempo, que experimenta, que va viviendo, que fue dando vueltas y sigue dando vueltas. Sigues buscando un rumbo, una dirección. Y entonces escribir se te figura como una operación de recuperación de tu propio ser. Vuelves a tener esa memoria infantil en la que te refugias muchas veces. Vuelves a ser esa inocencia que está intacta en tu interior. Vuelves a ver los autitos en la carretera de barro, cuando jugabas en la vereda. Y las plantas y las flores. Las montañas y los ríos. Las voces y la gente. Los caminos todos que recorriste. Las plantas de tus pies guardan todos esos recuerdos, y otros más, que irás recuperando en cada respiración, en cada palpitar, en el mero pulsar de la vida en que te anidas. La vida que eres.

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