Una de las cosas que más me llama la
atención, es el movimiento del pensamiento. Cuando digo pensamiento,
es también la propia atención, la percepción, los recuerdos, la
imaginación, el deseo. O sea, la vida interior, en resumidas
cuentas. Esta mañana, por ejemplo, me entretuve viendo lo que había
ocurrido en los primeros momentos del día. El despertar, ver el sol
iluminando el cielo, las nubes. Esto me alegró. Un día más. Vivo.
Los recuerdos del día de ayer. El paseo por el parque. Varias
sensaciones de familia, nacimiento, espera, esperanza, fe, pero no la
fe aprendida, solamente, y sí una fe más tenue o diluida, que
subyace a la propia vida.
Una confianza de que todo va a dar cierto.
Todo va a salir bien. Todo sale siempre bien. La película que vimos
anoche. La chica campesina que se enamora del abogado de Londres que
promete volver y vuelve, pero ella ya había muerto. El diario
debajo del portón del garaje. El primer té, que todavía estoy
tomando. Todo esto pasó en menos de una hora. Sé que me he salteado
muchísimas cosas que pasaron, pero esto es solamente para dar una
idea de lo rica que es nuestra vida interior. Y, sobre todo, para
registrar para mí mismo, cuál es uno de mis principales focos de
atención e interés.
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