Varios de mis escritos empiezan valorizando este lugar,
mi lugar. El lugar que se puede tener en una página, en la hoja de un libro que
leo o escribo. Que leo y escribo. Que vengo leyendo y escribendo desde hace tiempo.
Esto es algo más que una metáfora, es algo real. Puedo vivir en una hoja. Puedo
vivir en un lugar que he creado con mis propias manos. Talvez deba decir enfáticamente,
que vivo en ese lugar. Hay un divisor de aguas, entre el tiempo anterior a esta
toma de conciencia, y el tiempo en que empecé a tener noción de mi lugar.
Esto
no es todavía un estado permanente, pero lo va siendo cada vez más. Cada vez
más habito en ese mundo integrado, donde no hay fronteras de ningún tipo. Donde
la realidad es algo que he venido construyendo desde el comienzo de mi vida, con
mis percepciones y sentimentos, mis sensaciones, mis experiencias.
He ido haciéndome
partícipe de esa realidad poético-literaria, no solamente a través de poemas y
libros leídos, que son sin duda el ingrediente básico de este
auto-reconocimiento, sino también a través de la recuperación del carácter propio
de mi misma identidad, que pude ir rescatando de entre la maraña excesiva de
normas y rotulaciones externas que había aceptado equivocadamente como siendo
mías.
He venido emergiendo, sigo emergiendo y seguiré emergiendo hasta estar del
todo en mi propia tierra, en mi propio lugar. Un lugar que no es en absoluto una
isla desierta, sino más bien al contrario, es un lugar común, un lugar compartido,
hecho por las manos de incontables escritores y escritoras a través del tiempo.
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