segunda-feira, 16 de fevereiro de 2015

Razones de las cosas

Alguien podrá preguntarse, con todo derecho, qué hacen escritos como este en medio de noticias sobre cosas como la violencia, la política del gobierno o las protestas de la oposición, esos sí, asuntos debidamente concebibles de estar en espacios de medios de comunicación normales o cosa que se parezca.
En el año en que se conmemoran los cien años del nacimiento de Julio Cortázar, tengo a mi favor un aliado poderosísimo para justificar por qué una revista puede o hasta debe, si se quiere un medio a favor de la liberación de la persona humana, abrir espacio para que la reflexión se dirija más bien hacia el mundo de la percepción y la vivencia personales, que al mundo de las cosas aparentemente tan dueñas de sí para estar en estos lugares.
En su libro La vuelta al día en 80 mundos, Julio Cortázar nos hace reflexionar sobre el hecho de que la literatura disuelve la falsa objetividad creada por la intelectualidad raciocinante, la codificación cotidiana y los medios de comunicación, entre otros factores. Sólo esto ya nos justifica plenamente, en esta tentativa de ir abriendo espacios hacia adentro y hacia afuera de nosotros mismos, en vez de simplemente y solamente despotricar contra las maldades y maleficios que a diestra y siniestra infectan nuestros ojos y corazones por donde miremos, y que llenan los espacios de los diarios, revistas, televisiones y redes sociales.
Si uno cree, como es mi caso en particular, pero pienso también que del lado de allí de esta hoja, exactamente donde vos estás, o donde podría llegar a situarse un gran número de personas, debe haber quienes también como yo estén más preocupados con la posibilidad de una vida libre, humana, fraterna, feliz, solidaria, es legítimo que nos preocupemos más con el cultivo constante de espacios de libertad en los que podamos espejarnos, que en la mera repetición de dosis y sobredosis diarias de desesperanza y decepción, para citar apenas dos emociones negativas, de esas que con insistencia nos derrama hacia adentro la industria de los medios de comunicación, que más debería llamarse industria de los medios de la destrucción de la persona humana, debido a que sin esperanza no hay vida.
Estas cosas no las digo por decir, sino por una razón muy fuerte y muy consistente: que la libertad sólo se alcanza ejerciéndola. O sea que si no puedo escribir sobre lo que verdaderamente es importante y me importa, escribir no sería ya lo que es o puede y tal vez deba ser: un poderoso y eficaz medio de sacarnos de encima toda una serie de máscaras y pegajosidades que nos acostumbramos a ver en el lugar de nuestra cara y de nuestros ojos, que nos fueron inculcadas pacientemente por esa especie de masa amorfa a la que se acostumbra llamar mundo, sociedad, costumbres, etc.
Pasé años en la llamada academia, donde la preocupación de muchos y muchas era no lo que yo decía o quería decir, sino la cita de autores que justificase que lo que estaba siendo dicho, podía de hecho decirse, ya que en verdad había sido dicho por alguna autoridad, o, al menos, de modo autorizado.
Las objeciones se extendían a la sintaxis o al estilo de expresión, muchas veces censurado por demasiado personal, como si un cientista social no tratara de personas, sino de cosas, objetos, insectos, qué se yo. Aguanté cuanto pude y hasta que no pude más, entonces esto, entonces esta tarea de hormiga que minuciosamente se permite decir buen día, che, como te va yendo, pero no espera que haya una respuesta padronizada de vuelta, sino tal vez, por qué no apenas una mirada que te diga que del lado de allá hay gente, hay una persona con su historia de vida, sus maneras particulares de ser y de estar en el mundo, sus formas propias de expresión.

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