A veces siento un extraordinario placer en refluir hacia las
cosas más simples. El mero estar aquí. El desobligarme de deberes
autoimpuestos, que es una forma de tiranización absolutamente innecesaria. Esto
no es muy fácil pues mi manual de instrucciones impone o quiere imponer una actividad
contínua, un contínuo estar haciendo cosas, y cosas importantes. Cosas transcendentes.
¿Puede
haber algo más importante que estar aquí? Pero estar aquí no es solamente tener
el cuerpo en este lugar. Sino estar aquí, estar verdaderamente aquí. Sentir
esto que está aquí. Y esto que está aquí, soy yo y todo lo demás.
El mundo que
me rodea, con las constantes campañas de desestabilización que traen noticias
sobre cosas que no podemos cambiar. Los asesinatos, la corrupción en el
gobierto actual o en el anterior, las
maniobras de debilitamiento de la democracia, la impunidad de los governantes y
la pasividad de los ciudadanos. Esto en el ámbito más grande, de la sociedad que
está más allá de mi contacto directo. Y en el espacio más próximo, de la familia
y los amigos, los colegas y las colegas: las pequeñeces de los celos, la
envidia, y otra vez, las obligaciones autoimpuestas. Debería llamarle por teléfono
a Fulano o a Fulana.
Y entre el espacio más próximo e incluyente y el espacio
más distante y abstracto, el lugar intermedio: las veredas de la ciudad, abandonadas
por los dueños de los inmuebles y por la municipalidad, casi intransitables. El
descuido de la cosa pública. Una ciudad para los automovilistas y los medios de
transporte colectivo. Los peatones que se arreglen. Ayer fui a la panadería y
la cajera ni me miró: conversaba con alguien más lejos. Pagué, y recibí el comprobante
de pago, que la cajera extendió hacia mí, sin mirarme. Lo tomé, con la sensación
de haber sido atendido por una máquina.
Trato de refluir hacia el espacio más
interno y más próximo. A veces encuentro aquí, además de las obligaciones excesivas
que muchas veces me autoimpongo, algunos resabios de un pasado que no pasa. Un pasado
que pasa y vuelve. Por suerte, muchas veces me da resultado acunar a mi niño
interior de la mejor manera que puedo y decirle: ya pasó, niñito, ya pasó. No
va a pasar más. Y no va a pasar más, verdaderamente. Trato de ver que ya puedo bastarme
a mí mismo, en lo esencial. Ya no estoy tan necessitado, al final. Mi gran carencia
era la ausencia de mí, impuesta por experiencias de las que nadie escapa, de una
u otra manera.
La experiencia me ha mostrado y me sigue mostrado que nadie
escapa de grandes dolores en su vida. Y el dolor de la ausencia de uno mimsmo,
es tremendo. Pero tiene remedio. Empieza a sanar cuando vemos cuánta gente pasó
también por cosas parecidas y está de pie y entera. Yo también estoy de pie y entero.
Respiro mejor. No soy un superman, ni pretendo serlo. Pero también sé cuánto mi
fragilidad me fortalece. Por allí me hago accesible al amor. No hay coraza que
pueda mantener afuera este sentimiento que me une a todo y a todos. No trato de
ser perfecto. Trato de recordar que soy humano. Y desde estas hojas en que voy
soltando lo que veo y experimento, siento que se ha ido construyendo y se sigue
construyendo una corriente de paz y de amor. De unidad.
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