Cuando relajo la presión de la exigencia interior que me
impone la realización constante de tareas, puedo ver hacia adentro. Entonces
veo, como ví, el río interior. El agua interna. Las flores celestes. Los
floreros que despues podrán transformarse en cuadros. Otras flores. En fin, veo
hacia adentro. Es como si la superexigencia fuera una barrera que me separa de
mí mismo y de la vida, que es tenue. Cuando relajo un poco y confío, afluye la
unidad. Converge en el ahora, un tiempo presente, en el que me puedo ver y
puedo ver y sentir a las personas que son significativas en mi vida. Algunas están
vivas y otras ya partieron. Pero todo tiene una cualidad de unidad. Todo está aquí.
No hay disociación. No existe más una tensión entre un ahora que era rechazado,
que no podía ser, en el cual yo tampoco podía ser, y un algo perfecto e imposible
de alcanzar que se trataba de sobre imponer a lo que aquí está. Hay solamente
el presente. El presente como presencia, el presente como unidad. En la unidad
está todo. Me doy cuenta de que esa tensión de la sobre-exigencia se origina en
presiones de comportamiento. Tenés que ser así, no podes ser así. Tenés que
hacer así, tenés que ser perfecto. No soy perfecto. No existe la perfección.
Hay la vida, está el vivir, el presente, en el que voy aprendiendo a fluir otra
vez.
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