Otra vez me pongo a escribir. Como una necesidad vital.
Juntar mis pedazos. Enraizarme. Petenecerme a mí mismo. Recuperar la vida que pasa.
Que no se vaya la vida. “Testimoniar el viaje en el laberinto,” como decía
Anaïs Nin. Crear un mundo para mí, ir haciendo mío el mundo. Hacer mi mundo y
habitarlo. Deshacer la ilusión de lo repetido. Es como leer. Estas cosas las he
dicho ya muchas veces, y las seguiré diciendo. Creo que no hay nada de malo con
las repeticiones. Sobre todo a cierta edad.
Uno ya se permite las repeticiones, así como los olvidos. Las cosas empiezan a
mostrarse desde otra perspectiva. No es que uno se lo proponga, pero la
perspectiva ya es otra. Es otra y la misma, si uno se fija bien. Cuando escribo,
como cuando leo o cuando pinto un cuadro o voy caminando o hablo con un amigo,
todo se reúne. Yo me veo en estos y en otros actos, en la infinidad de actos de
que está hecho el día. Y la observación del presente, el ver lo que está pasando,
me va dando una perspectiva de unidad, una perspectiva de continuidad, de
integración. Cuando leo un libro (siempre son libros de literatura y poesía),
me voy expandiendo más allá de las fronteras de lo habitual. Me integro en espacios
de sentimiento y vivencia en los que encuentro partes de mí mismo que de otra manera
me pasarían desapercibidas. “Necesitamos del otro como nuestro espejo y nuestro
guía,” decía Peter Berger. Cuando pinto un cuadro, como me ocurrió esta tarde,
salgo de la expectativa de resultados, en cierto sentido. Siempre espero un resultado,
es verdad. Pero hay un juego entre lo que va apareciendo en la tela, que es
algo que ya he visto o que vengo buscando desde hace tiempo, y lo que yo
esperaba que se presentara. Lo que se presenta, es y no es al mismo tiemo lo
esperado. Lo que hay, es un alivio, una sensación infantil de juego. Un dejar
de interpretar. Un dejar de preocuparse con las noticias, con el bombardeo de
informaciones de los medios de comunciación. Vuelvo la mirada hacia adentro.
Veo las imágenes de mi mundo interno, que no son ajenas ni opuestas a lo que está
aquí. En realidad, nada hay afuera que no esté de alguna manera creado o
configurado, contenido em las imágenes internas.
Así me voy apropiando del mundo. Así voy haciendo mío el mundo. Así creo mi
mundo, y me creo al crear. Es como si fuera escribiendo y leyendo un libro
continuo. El libro del mundo, en el que muchas veces me siento como una semilla
plantada. Contenido en una realidad intangible pero muy concreta, que me acoge
como si fuera la tierra. Es la tierra. Es el aire. Es el agua. Es todo lo que
existe. Esta idea del libro continuo es un proyecto permanente en el que me
siento incluído.
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